Con la última campanada de las doce del día empieza la procesión, una gran congregación camina bajo una caricia de lluvia y lágrimas. El viento va de un lado a otro jalando almas y vestidos. Entre la gente una mujer camina con paso firme hasta llegar junto al cajón.
Entre varios asistentes abren la pesada puerta del campo santo. Bajo sus pisadas cientos de palomillas despiertan de su sueño. La tierra se mueve, entran y salen almas en silencio. La mujer posa cálidamente su mano sobre el ataúd, cierra los ojos para evocar otros tiempos. No puede evitar el sonreir. Suspira. Da la señal para que empiecen a enterrar.
Ha sesado la lluvia, pero las lágrimas de felicidad persisten. Ella sonrie, ríe a carcajadas, se va haciendo más fuerte por cada kilo de tierra que cae sobre la caja. Se despide de la mujer que una vez fue.
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Entre varios asistentes abren la pesada puerta del campo santo. Bajo sus pisadas cientos de palomillas despiertan de su sueño. La tierra se mueve, entran y salen almas en silencio. La mujer posa cálidamente su mano sobre el ataúd, cierra los ojos para evocar otros tiempos. No puede evitar el sonreir. Suspira. Da la señal para que empiecen a enterrar.
Ha sesado la lluvia, pero las lágrimas de felicidad persisten. Ella sonrie, ríe a carcajadas, se va haciendo más fuerte por cada kilo de tierra que cae sobre la caja. Se despide de la mujer que una vez fue.
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