Fue hace algunos años, pero todavía me quemas debajo de la falda.
Recuerdo haberme olvidado de todo y decirme que era solo un juego de química. Comenzó la partida con una mirada cálida que se convirtió en millones de caricias y espasmos cada vez menos inocentes e intensos. El aroma de tu ropa me provocaba reacciones inesperadas, que más de una vez estuvieron a punto de descubrirnos. Nuestras visitas eran un derroche de piel y líquidos que terminaban siempre en el rezo de vernos algún otro día. Nuestro juego terminó entre vítores, aceites e incienso una tarde de pascua en la que te mandaban a Europa.
De la mano de mi esposo hoy, un día de pascua, he entrado al templo. Al empezar la ceremonia te he visto entrar apresurado. Aunque sigues teniendo la carita de niño has embarnecido. De lejos me has puesto nerviosa, tu no me ves, pero empiezan a descontrolarse mis hormonas. Para contener mi desconcierto he rezado con devosión envidiable. Me levanto a comulgar. Sin sentir que el tiempo ha pasado vuelvo mis ojos hacia ti. Tu mirada atónita solo me deja decir quedito: -Padre-. (Nunca me gustó llamarte así).
Delante de todos tus fieles dejaste caer la ostia en mi escote.
No se si fue la sorpresa de que por primera vez te llamaba así o tus ganas de reiniciar el juego y despertar la química debajo de tu alba.
Recuerdo haberme olvidado de todo y decirme que era solo un juego de química. Comenzó la partida con una mirada cálida que se convirtió en millones de caricias y espasmos cada vez menos inocentes e intensos. El aroma de tu ropa me provocaba reacciones inesperadas, que más de una vez estuvieron a punto de descubrirnos. Nuestras visitas eran un derroche de piel y líquidos que terminaban siempre en el rezo de vernos algún otro día. Nuestro juego terminó entre vítores, aceites e incienso una tarde de pascua en la que te mandaban a Europa.
De la mano de mi esposo hoy, un día de pascua, he entrado al templo. Al empezar la ceremonia te he visto entrar apresurado. Aunque sigues teniendo la carita de niño has embarnecido. De lejos me has puesto nerviosa, tu no me ves, pero empiezan a descontrolarse mis hormonas. Para contener mi desconcierto he rezado con devosión envidiable. Me levanto a comulgar. Sin sentir que el tiempo ha pasado vuelvo mis ojos hacia ti. Tu mirada atónita solo me deja decir quedito: -Padre-. (Nunca me gustó llamarte así).
Delante de todos tus fieles dejaste caer la ostia en mi escote.
No se si fue la sorpresa de que por primera vez te llamaba así o tus ganas de reiniciar el juego y despertar la química debajo de tu alba.