sábado, 16 de agosto de 2008

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La felicidad que regalaba se le aborbotonó en los ojos. Lágrimas sin miedo le arrancaron los pupilentes. El pellizco latiente le agujeró el depósito de alegría y por esa fuga pequeñita, poco a poco, desangrándose se fue dejando de sí misma.
Era la primera vez que alguien le permitía vivir en su corazón.






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